Tenía ficha policial, pero no me detuvieron nunca
"Mercedes Gallizo, directora de Instituciones Penitenciarias. Ocupa el cargo desde 2004, aunque asegura que no tiene vocación de carcelera
Como cualquier "persona normal", Mercedes Gallizo (Zaragoza, 1952) jamás tuvo "vocación de carcelera".
Más bien lo contrario: "Tuve ficha policial por mi participación en movimientos estudiantiles, pero nunca me detuvieron".
Durante años, trabajó en la clandestinidad y estuvo ligada a grupos comunistas. Ello la obligó a esconderse en casas de camaradas. "Cuando murió Franco, estaba pasando una temporada en el piso de unos compañeros".Allí experimentó por primera vez "la privación de libertad", lo peor que le puede pasar a una persona, según su propia definición.Para mantenerse viva durante su encierro, recurría a la lectura de novelas y diarios.
"Era una época en la que se vivía todo con gran pasión y donde la actualidad era muy importante", recuerda Gallizo y admite que "envidiaba" a los que podían informar sobre ella desde "la primera línea".
En realidad, el deseo de ser periodista empezó mucho antes. Sus tías la enseñaron a leer, a los tres años, jugando con las letras de los titulares de El Heraldo de Aragón. A los 12, ella misma se compraba el diario siempre que podía.
En casa apenas si había libros. Su padre, ex futbolista de profesión, y su madre se pasaban el día trabajando en el bar que habían montado. A Mercedes le tocaba ayudar a menudo.Aprendió a leer a los tres años con los titulares de El Heraldo de AragónCon el dinerillo que reunía compraba tebeos y luego los cambiaba.
Cuando su familia se trasladó a Mallorca durante unos años, sus tías se encargaron de enviarles un paquete semanal, "como si fuera el fin del mundo", con lecturas de todo tipo.A veces, incluían ejemplares de La Codorniz.Como en la isla nadie los cambiaba, Mercedes improvisaba un puestecilllo para venderlos en el barrio. ¿Venta ilegal y trabajo infantil? "La gente comete errores", bromea Gallizo.
Y recalca que ella es una firme defensora de la reinserción y de las medidas alternativas al encarcelamiento, siempre que el tipo de "error" y de daño causado lo permitan ."Si se considerase que una persona no es capaz de cambiar sería terrible, estaríamos condenados a vivir en un mundo inhóspito.Volveríamos a una sociedad primitiva, donde quien no se adapta a la norma tiene que ser eliminado".
Y las normas cambian según cada época. A modo de prueba, recuerda que en su juventud la mujer adúltera era considerada una delincuente y aconseja leer el Código Penal y compararlo con los anteriores.
La palabra "lectura" se repite sin cesar en su discurso. "Aprender a leer es aprender a estar en la vida. En la cárcel hay muchas personas con un analfabetismo total o funcional. Cuando las ves, te preguntas cómo han podido sobrevivir en el mundo de hoy y si muchas de las cosas que les han pasado en la vida no se explicarán por esa carenciabásica".Cree que lo peor que le puede pasar a alguien es que le quiten la libertadPisando los patios de las cárceles que dirige, también le asaltan las dudas sobre qué pasó en la adolescencia de los condenados. "Si durante tu juventud, en el momento definitivo de construir tu personalidad, te has guiado por una escala de valores equivocada y la has mantenido mucho tiempo, es difícil cambiar después", dice y añade que eso es lo que le sucede a ella, que sigue soñando con transformar el mundo, aunque ahora le parece "mucho más difícil" que a los 20 años.
Al mismo tiempo, Gallizo fantasea con el momento en que llegue la calma y pueda dejar de autoimponerse "la disciplina" de ir al cine para escuchar historias que no sean carcelarias.Quizá entonces logre acabar la novela que empezó el verano pasado y apruebe la asignatura pendiente que tiene desde niña, cuando no paraba de emborronar papeles. "Supongo que fui hiperactiva y seguro que ahora también lo soy", dice con voz serena, sin dejar que la corten hasta que acaba de formular la idea que quiere expresar.Es lo que tiene la madurez, que "te hace evolucionar y saber seleccionar lo que quieres". Tanto, que ya no desea ser periodista.
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