11 noviembre 2008

25 años de Alcalá-Meco


Un cuarto de siglo. Ese es el tiempo que ha transcurrido desde que las puertas de Alcalá Meco rechinaron por primera vez al abrirse.
Era una cárcel de máxima seguridad pero, según los funcionarios que todavía permanecen trabajando allí, era de “máxima peligrosidad”.
Ahora, 25 años después se ha convertido en una de las prisiones más cercanas a los reclusos, donde la vida sigue pasando tras el muro de hormigón.
Jesús Calvo, uno de los directores que mejor conoce Madrid II dice de ella que “el símbolo de lo que fue en su día la cárcel de máxima seguridad se ha ido a los infiernos, porque el régimen penitenciario tiene que ser de máximo respeto a la dignidad de la persona, porque hay que cumplir bien la privación de libertad, pero ésta sólo tiene que ser física y geográfica”.
Calvo es, quizá, una de las personas que mejor conoce los entresijos de Alcalá-Meco.
Ocupó el cargo en 1992 y estuvo allí durante más de 12 años. Asegura que sigue “enamorado de la prisión” y se enorgullece de los logros conseguidos allí porque “ha pasado a ser pionera en el desarrollo y la aplicación de régimen abierto”.
Sobre la fachada principal todavía permanece el primigenio cartel de Centro de Preventivos que se colgó el 11 de agosto de 1982 cuando se abrió por primera vez y que en breve será sustituido por otro mucho más moderno y acorde a los nuevos tiempos.
Por aquellos entonces, Alcalá-Meco estaba a la vanguardia de las prisiones de España. Concebida como una cárcel de máxima seguridad y tenía como objetivo aligerar la carga de la antigua Carabanchel, que hace pocos días ha sido derribada. Por ello, llegaron allí los delincuentes más peligrosos de España y todos los miembros de ETA y GRAPO.
En aquellos años 80, la vida en las prisiones era muy distinta a la actual, los cursos, los deportes y todas esas actividades que ahora se realizan tras los muros de hormigón eran impensables.
La heroína, los ajustes de cuentas y los motines estaban a la orden del día. Era un mundo peligroso y oscuro pero que ya ha quedado atrás.
J. G. es uno de los presos con más solera de Alcalá-Meco, ha pasado más de la mitad de su vida entre rejas, desfilando por toda la geografía española. La primera vez que ingresó en prisión fue con 16 años y asegura que “había bandas, peleas y drogas, sobre todo heroína. Pero de eso ya no queda nada, porque los que no se han retirado se han muerto, porque el SIDA ha acabo con muchos”. Cuenta que ya no es el mismo que entonces, “ya no tengo 20 años” dice, “quiero irme a la calle con mi familia”. Y es que la cárcel le ha enseñado muchas cosas: “Me enganché a leer, al deporte, comencé a trabajar y a ser más educado y coherente” y tras casi de 25 años de delitos y juicios, conoce al dedillo el Código Penal.
Otra de las personas que mejor conoce la prisión es Antonio, uno de los funcionarios más veteranos. Aterrizó procedente de la vieja cárcel de Alcalá, lo que ahora es el Parador, “llegué para inaugurarla, de hecho me encargue de contratar el gas” y recuerda cómo al acercarse los presos dijeron que parecía “una discoteca porque había muchas luces”.
Con él, llegó el administrador que tuvo que encargarse de ponerla en marcha, “encontramos muchos problemas, desde que las puertas no abriesen hasta que fallase la luz y como todo era eléctrico no podíamos hacer nada”.
También cuenta que el saneamiento y la eliminación de basuras fue otro gran problema puesto que “el sistema de aguas fecales era insuficiente para una población reclusa tan grande y la eliminación de basuras era mediante un horno de gas que no podíamos encender porque resultaba demasiado caro”.
La apertura de Alcalá-Meco coincidió con uno de los momentos más tensos de la historia penitenciaria. Según Antonio, “había mucha violencia. Un día apareció uno de los reclusos con 82 puñaladas, había revueltas todos los días porque los más peligrosos vinieron aquí”.
Juan, otro de los funcionarios más veteranos, explica que “aquellos tiempos eran realmente estresantes, había secuestros, motines, peleas, ajusticiamientos entre los propios presos, cualquier excusa valía para montar una bronca”.
Además, los funcionarios coinciden en que todos estos aspectos hicieron que en poco tiempo destrozasen la prisión. En los tejados había sensores y los arrancaron para intentar fugarse. De hecho, a lo largo de la historia de la prisión ha habido varias, la primera en 1984, sólo dos años después de su apertura y la última en 2003, protagonizada por dos internos que trabajaban en la cocina.
Los motines estuvieron presentes durante los primeros años de vida de Meco. Según Juan, “era una época en la que había muchos atracos en Madrid, de hecho aquí estaban los mejores atracadores, y eran los cabecillas de los motines, aunque también había presos que eran auténticos profesionales del amotinamiento”. Así recuerda un momento en el que “el módulo 7 quedó totalmente destruido por un motín, los presos acabaron con todo”.
Además, las autolesiones estaban a la orden del día. Luis, otro de los funcionarios, recuerda un día de Nochebuena en el que “todos los reclusos de un módulo amanecieron con cortes y sólo estaba Sor Paz, una religiosa que se encarga de la enfermería, que se pasó todo el día cosiendo las heridas de los internos. La verdad es que hemos visto de todo”.
Otro de los problemas con los que se encontraron con la apertura de Alcalá Meco fue la llegada masiva de terroristas del GRAPO, que protagonizaron huelgas de hambre, y de ETA. Éstos estaban recluidos en un módulo especial, algo que se acabó con la llegada de la dispersión de los presos, aunque fueron responsables de más de un momento tenso. Antonio recuerda que “eran más de 100 y muy difíciles de controlar”. Juan relata que “cuando pasábamos por delante de las celdas nos tiraban de todo y la dirección del centro decidió cerrar el pasillo para evitar problemas”.
Sin embargo, poco a poco esos malos tiempos fueron pasando.
Muchos de ellos perdurarán en la mente de todos los que vivieron dentro del cemento, pero ahora son sólo anécdotas.
La prisión se ha humanizado, el puesto de control es atravesado cada día por educadores y profesores que ayudan a que el tiempo entre rejas se haga más corto y han ayudado a eliminar la violencia que antes estaba presente cada día, al igual que en la sociedad, porque una cárcel no es más que su reflejo.

noticia publicada en:
DiariodeAlcalá.es

2 Comments:

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